“La fe, como una semilla plantada en el corazón, necesita del amor para crecer y florecer. El amor es el sol que ilumina nuestro camino espiritual, disipando las sombras de la duda y la incertidumbre. Cuando la fe y el amor se unen, se crea una fuerza inquebrantable que nos impulsa a superar cualquier obstáculo y a alcanzar nuestras más altas aspiraciones. La fe nos permite creer en lo invisible, mientras que el amor nos conecta con todo lo que nos rodea, creando un sentido de pertenencia y unidad. Al amar a los demás y a nosotros mismos, fortalecemos nuestra fe y nos abrimos a la experiencia de lo divino. En este sentido, la fe y el amor son dos caras de la misma moneda, inseparables e interdependientes.”